Ella era como la brisa, quien en su danzar, deleite y placer producía; inadvertidamente conquistó mi corazón y con gracia y suavidad se llevó todo a su paso.Unos besos formados por la unión de nuestros labios, unos abrazos que mis brazos añoran, los recuerdos forjados del pasado, cientos de emociones que solo ella podía despertar y por sobretodo un sentimiento y un corazón; el sentimiento del primer amor y el corazón de quien esto escribe.La quería hacer mía en la ingenuidad e ignorancia, ajena mi alma al hecho de que eso era algo imposible.
Fantaseaba con su amor y el deseo ferviente de ser el único capaz de tocar a fondo su corazón, ser causa de sus sonrisas y alegrías y dejar en ella una pizca de ansiedad, picardía, timidez.
Observar detenidamente sus fotos, indagar en las líneas formadas en su rostro y la comisura de sus labios al sonreír fueron un hábito que me llevaron a aprender cada detalle que dibujaba en su rostro.
Ella era como una roca, tal cual la roca pareciera ser tan poco interesante, pero observar en ella cada aspereza y cada filo que bosquejaba su dura personalidad me hacía indagar, ¿qué secretos yacían tras sus ojos cual hielo? ¿Cuál era el secreto de cada lugar pulido, de cada aspereza?
Quizá mi curiosidad me llevó a descubrir y apreciar la belleza que yace en una simpleza y poco a poco, en el enmaraño por la sed de conocer, descubrí que las simplezas son más complicadas de lo que aparentan, ella era complicada, sus ojos confundían, sus expresiones y gestos aturdían, su personalidad impresionaba, su enigma carcomía.
La apacible brisa se negó a dar a conocer los susurros de las Musas que trajo con ella en el pasar, los diferentes matices de los olores de cada flor, cada hierba, cada fruto, de cada banquete servido por las deidades y de cada promesa hecha por los inmortales.
Me desdichaba en mi curiosidad, en mi actitud posesiva y en mi desenfrenado amor egoísta.
En ella descubrí la existencia de una pequeña niña sensible, quien en acto de cobardía camuflaba su sensibilidad en una fachada de rudeza y frialdad. Yo podía llegar a su lado sensible y eso me hacía feliz.
Cuando nuestras manos se tocaban y nuestros ojos se encontraban, tras cada brillo que emanaba de sus ojos, podía ver venir cuántas mariposas revoloteaban en su interior. La pasión y la excitación que sentía al saber que yo era causa de tanto fuego ardiente y de semejante fogosidad eran inexplicables.
Todo amor, deseo y pasión lo uníamos en un solo acto, en un solo beso, en un solo te amo, en una sola mirada y una sola sonrisa, nada más faltaba, nada más que tenerla.
Entonces comprendí que realmente la tenía, que ella realmente fue mía por un tiempo, fue quizá mi primer amor porque nunca experimenté semejante locura con nadie, porque ella fueron mis ganas de embriagarme con alcohol para dejar todo al olvido, ella fueron las causas de tantas sobredosis, las causas de tanta amargura, tantas lágrimas, tanta depresión y las ganas de tantas veces haber deseado morir, y así todo se oye tan trágico, ¿no? Pero si estuvieran en frente de las puertas del corazón de un ángel, ¿quién se negaría a experimentar tan exquisito dolor como el del amor?
Ella fue mía quizá en un segundo, ese segundo en donde todo el tiempo se concentró en un solo acto, darnos amor, hacernos sentir amados e importantes, indispensables el uno del otro, inseparables e imprescindibles, todo eso en ese pequeño segundo donde realmente desnudé su corazón.
Pero ella se fue, así como la brisa, llevándose todo para ir a susurrar en los corazones de cada uno el amor que alguna vez recibió, el amor más egoísta y posesivo, más destructible y venenoso, el amor más obsesivo y loco y quizá el amor más real.
S. F.
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